Treinta y tres veranos pasaron para cumplir con este llamado que incesante y ruidoso, no me dejaba en paz. Aparecía en todos mis sueños, los oscuros y luminosos.
Mientras soñaba despierta, de camino al colegio, recibiendo el titulo de la universidad o cerrando ciclos de pareja, cada día una parte de mi encontraba el momento de conectar con un deseo profundo: ser madre.
Tenía claro que ese llamado debía habitar mi cuerpo. Que mi cuerpo era de los que darían a luz y abriría sus caderas para dar espacio a la vida nueva que pujaría desde mi vientre.
Unos meses antes, investigué todas las clínicas de fertilidad. Esperé por todas las manifestaciones esotéricas que me indicarían que ya era el momento y todo fluyó de forma perfecta.
Me recomendaron hacer una fertilización In Vitro. Así que un 6 de noviembre, tras la primera ronda de estimulación ovárica, sucedió la implantación, dando paso 10 días después al positivo en mi test de embarazo.
Pasaron 22 semanas de gestación. Me sentía hermosa, poderosa, soñándole. Sintiéndole crecer, atenta a sus pataditas.
Un 18 de marzo todo cambió.
En el ultrasonido de rutina, por primera vez me sentía muy tranquila. Mi bebé se movía y yo podía sentirle con claridad desde hacía 5 semanas. Y si ya se movía:
Pasamos a una sala pequeña y oscura. La camilla lucía limpia y estaba contra la pared del lado izquierdo, dejando un único espacio para la persona acompañante detrás de la cabeza de la paciente. Había un monitor en frente, así que cuando el cursor tocó mi vientre pude ver a mi niño bailar. Yo sonreía asombrada, viendo la forma de sus dedos, sus rodillas y sus orejas.
Sin embargo, las preguntas del médico, me sacaron de mi asombro:
-Que medicación ha tomado usted durante el embarazo?
-Solo sertralina, respondí.
-¿A que se dedica usted? ¿Me lo recuerda?
Qué molesto -pensé-, no me deja ver a mi bebé tranquila (ya esto se lo había dicho en nuestra primera cita) -soy académica en una universidad, respondí llena de paciencia.
Él siguió mirando la pantalla, mientras yo, llena de entusiasmo, le señalaba a mi compañera de ese entonces, como mi niño flexionaba sus rodillas. El médico cambió el orden de la revisión y comenzó de los pies hacia la cabeza mientras decía con voz decidida y calma: -tiene dos riñones, veo el intestino perfecto…su corazón…¡sí! tiene cuatro cámaras, los ojos…bien, la nariz y la boca…necesito revisarlas.
Mi compañera me miró asustada, pero yo seguía absorta en la pantalla viendo cómo un ser tan pequeño se podía mover con tanta habilidad. De pronto, el médico, aclarándose la voz interrumpió de nuevo mi momento:
-la nariz y la boca no están bien…
el bebé…el bebé tiene labio y paladar hendido.
Pude percibir la falta de salivación en su voz seca y carente de sentimientos. Todo se congeló por varios minutos. Todo, menos mis lágrimas. Esas tenían vida propia, porque brotaban como cataratas. No había forma de que las palabras encontraran coherencia para ordenarse y crear una frase que saliera de mi boca.
Mi compañera amorosamente tomó mi rostro con sus manos, puso su frente contra la mía y suavemente me dijo: –Todo va a estar bien, tranquila, respira.
El doctor me dió tres golpecillos en mi pantorrilla derecha y con la misma carencia de tacto dijo:
-Esto es ser mamá, lo único diferente es que a usted le tocó antes de qué estuviera fuera de su vientre, al menos no le estoy diciendo que su hijo tiene una cardiopatía o que le falta un riñón y no se puede operar, la condición de su hijo se repara, ya quisieran muchos padres de niños con cardiopatías que su hijos tengan la condición del suyo.
¡Que carajos! -pensé- ¿se supone que eso debería hacerme sentir mejor?
Hizo una pausa y agregó:
-eso sí, olvídese de tener un parto vaginal en casa, su hijo debe nacer en un hospital público para que le puedan dar la alimentación correctamente.
Tras un silencio muy incómodo donde solo se escuchaban mis sollozos ahogados entre mis manos, por fin las palabras encontraron el espacio para salir de mi boca y con mucha dificultad pregunté:
-¿Cómo voy a alimentarlo?
El doctor suspiró confundido por mi pregunta y respondió:
-No sé, pero con la teta es imposible, el pezón se saldría por el hueco que tiene en la boca.
Apagó el monitor en el que se veía perfectamente la cara de mi hijo con un agujero entre la boca y la nariz. Me ofreció sus manos, invitándome a bajar de la camilla, mientras mi compañera mantenía una mano en mi espalda tratando de sostener mi cuerpo, bajé, caminé, incluso salí del consultorio.
Pero ¿y mi alma?
Mi alma quedó desgarrada en esa camilla y hasta el día de hoy, no he logrado arreglarla, pegarla, juntarla o lo que se requiera para volverla a dejar en su sitio.
Texto: Maria Chaves
Maria Chaves se convirtió en la mamá de Thomas (thomas_elfuerte) en 2022. Su historia es un ejemplo de resiliencia, determinación y constancia. Si quieres conocer más detalles sobre su camino, visita este enlace.